La mañana era más brumosa que de costumbre en Londres, yo repasaba mi equipo de supervivencia para la expedición a la espera de Sir Archibald. Recogí de la biblioteca del club dos volúmenes que iban a ser imprescindibles para nuestro viaje. Uno era una guía de la región a la que viajábamos escrita por el mayor erudito en lo que se refiere a esos lugares, el Dr. N. Nosebleed, y el otro, una guía de supervivencia de la famosa pensadora Mary T. Fields.
Por fin, a las 8:30 de la mañana nos despedimos de los caballeros del club con un brindis de amontillado. Sir Archibald, el organizador de la expedición, es el único británico de la expedición a excepción de quien les relata los hechos. Por el momento, guardaré mis notas hasta que nos adentremos en tierras desconocidas.
Arribamos a las costas del continente negro a primeras horas de la mañana del 30 de enero, el puerto se llama Naabia-El-Bedia, y es la primera población habitada que encontramos en nuestro viaje, tortuoso y solitario aunque amenizado con los dulces acordes que emite nuestro gramófono.
Al llegar a las colinas habitadas por la tribu de los Oturtutus, un viento gélido casi nos hace desfallecer. Un accidentado recorrido en el que apenas nos cruzamos con unos cuantos pastores de cabras, nos lleva a nuestro destino, la suntuosa ciudad de Polijandria. Es curioso ver lo bien conservada que está tan vetusta ciudad, nos adentramos en ella y tras algunas edificaciones modernas, llegamos al foro presidido por un impresionante kurós.
Ya el célebre historiador luso Estrabião nos hace una explícita descripción de la ciudad en su obra Geografía Aleatoria del Mundo Conocido, en dicha obra nos dice: “A poblaçao e moi similar a calquear outra quenos podamos conhoçer, pero os indígenas son totalmente opostos ao noso conceito de civilizaçao. Som os seres enjutos e contrafeitos, casi salvages, que comen carne de porco a todas las houras e realiçan rituais blasfemos e grotescos ao son de percuçaos e dum instrumento típico similar a varias flautas de diferentes tamanhos unidas a unha pel de animal infrado que se colocan no sobaco, o cual emite um sonido quejumbroso similar ao lamento dun neninho pareio a ventosidad de umha gorda matrona”
Este párrafo es citado literalmente por el Dr. Nosebleed en dieciocho de sus veintitrés obras. El matrimonio Nosebleed es muy querido en la región ya que con sus obras han promovido el auge del turismo en la zona. Es apreciada especialmente la Señora Amy Nosebleed, una bella aunque promiscua joven (de ahí su popularidad) de origen francés.
Ya se esconde el sol tras las colinas, mientras Sir Archibald trata con los nativos, yo me dirijo a la fonda más popular de la región, que está regentada por un español de nombre Enric Tordelacreus i Busons, donde me sumergiré en la lectura de la gran obra maestra de Mary T. Fields, su Manual de Supervivencia, del cual no puedo evitar citar un párrafo que tiene gran relación con nuestro periplo:
“Hace poco quedé, en casa de unos amigos comunes, con África, una amiguita de la infancia a la que no veía desde bastantes años atrás. Habíamos ido juntas al colegio y también juntas habíamos vivido la experiencia de la primera regla, el primer noviete del rosa al amarillo, el primer mareo mortal tras la primera calada al primer pitillo, el primer sujetador que era una risa total... Llegué a la cita ilusionada por verla de nuevo, por saber qué había sido de su vida en el detalle que no se alcanza con la comunicación telefónica, tampoco demasiado frecuente.La encontré fenomenal: buen tipo, bonito corte de pelo, arreglada con gusto... sólo un punto de mal disimulada tristeza, cuyo motivo no tardé en descubrir. En un aparte, mientras nuestros amigos se afanaban en preparar algo de merienda en la cocina, África cogió con ansiedad mis manos y me dijo:- He alcanzado el climaterio.Así de solemne. Más o menos como si hubiera alcanzado el Pico Veleta o el Monte del Olvido. La verdad es que la chica siempre había sido un poquito cursi, pero lo del climaterio me pareció algo excesivo.(...) La experiencia, tanto propia como ajena, indica que hoy en día sobrevivir a la menopausia es una de las cosas más sencillas y elementales para una mujer de estos tiempos.”
Y con estas sabias palabras me despido, no sin antes dar el habitual consejo sexual: Dos condones superpuestos no protegen más, al contrario, la fricción entre las dos gomas facilita la rotura.
Pola de Allande, 30 de Enero de 2004
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